1. Ciencia y amor.
Esta mujer solía decir que para trabajar con niños hay que adoptar una actitud científica y amorosa.
Científica, para observar con la mayor rigurosidad los pequeños detalles (descubrimientos, experiencias) con los que poder descubrir el nacimiento de la personalidad.
Observar a los niños con la mínima intervención y anotar estos fenómenos del desarrollo son procesos clave para entender qué somos y qué podríamos haber sido los adultos.
En esto consiste esa actitud científica de la que hablaba.
La actitud amorosa, aunque pueda parecer contradictoria con la frialdad de la observación científica, resulta impepinable para poder observar a los niños en su ambiente natural.
Si un etólogo quiere observar un grupo de primates, tiene que pasar desapercibido, tiene que ser nadie.
Pero debe hacer eso en el lugar donde viven esas criaturas.
Si coges una familia de primates y los metes en un camión, también puedes observar su comportamiento científicamente, pero realmente, estás haciendo un experimento.
No puedes sacar conclusiones sobre cómo son socialmente, cómo se desarrollan, o cómo se alimentan e interactúan con el entorno.
Vete a saber cuál es el contexto natural para observar el desarrollo humano.
Lo que María Montessori tenía claro es que el vínculo amoroso con un adulto que les da seguridad, atención y afecto, forma parte de ese contexto natural.
Por eso, lo considera una condición imprescindible para realizar una observación fiable de la naturaleza infantil.
El caso es que, en ese capítulo de Educación y Paz, María Montessori dice que cuando está con niños no es ni siquiera científica e insiste en que “soy nadie”. |